El otro día publiqué un tweet en el que señalaba el crecimiento de una influencer en TikTok, Instagram y Twitch, cuyo contenido está relacionado con el anime y el manga, es decir, una otaku, y que exhibe una clara ideología política vinculada al mileismo. Desde hace años, vengo advirtiendo que la comunidad otaku en Argentina ha sido objeto de apropiación política, dirigida especialmente a aquellos que se encuentran marginados socialmente por sus gustos, quienes suelen sentirse apartados y, por ende, susceptibles a mensajes que apelan a su identificación, con un “mira, yo soy como vos”. Esta dinámica es observable en los principales eventos, donde numerosos influencers libertarios mantienen o han mantenido vínculos estrechos con dichas convocatorias.
En este contexto, es evidente que un número significativo de personas vinculadas al mundo del anime, manga y videojuegos apoyaron políticamente a Milei. ¿Significa esto que existe una inclinación generalizada en la comunidad otaku hacia posiciones de derecha? No es recomendable generalizar, pero el tema requiere un análisis serio y una respuesta activa. Hace aproximadamente un año, conversé con https://x.com/GalateaNegro
en Otaku Late Show, quien planteó la necesidad de organizarse y dar una batalla en este espacio, incluyendo la sindicalización de cosplayers, quienes enfrentan condiciones laborales precarias al tener que exponer su imagen y cuerpo en convenciones que no les garantizan ni las mínimas condiciones dignas de trabajo.
Si nos detenemos en los contenidos que consumen estas personas —quienes han sido dejadas de lado y a quienes el peronismo no ha logrado llegar por propia ignorancia— encontraremos numerosos principios y valores afines a nuestro espacio político. Pareciera que se ha decidido dar por perdida la batalla sin siquiera darla.
Gran parte de esta comunidad vive la soledad no sólo como un sentimiento, sino como una exclusión real. Esa desconexión social y el rechazo por sus gustos crean un terreno ideal para mensajes que ofrecen pertenencia y reconocimiento fácil, aunque vengan cargados de ideologías cuestionables. Ignorar esta realidad es no entender por qué ciertos discursos calan más que otros en este público.
Mientras los videojuegos lograron romper el estigma social que los rodeaba —porque el mercado entendió lo que pedía el público y adaptó el contenido para incluir más diversidad sexual, más mujeres protagonistas, más historias con sensibilidad social—, con el anime y el manga no pasó lo mismo. Y no porque sea “de nicho”. El anime es masivo, pero sigue teniendo sus raíces muy ligadas a la cultura japonesa. Y al no haber una industria global que lo fuerce a adaptarse para “vender más”, no se regulariza como sí pasó con los videojuegos.
Ahora bien, si se incentivara su consumo, si se hablara de anime con seriedad y sin burlas, si se lo tratara como una expresión cultural válida y no como una rareza “de degenerados”, es cuestión de tiempo para que el mercado también lo regule, lo expanda y lo transforme. Pero claro, si cada vez que alguien habla de anime aparece uno a decir que es “para virgos libertarios”, no estamos ayudando a que eso pase. Al contrario: lo seguimos dejando en el margen, reforzando el prejuicio y regalando un espacio cultural enorme a discursos que sí se están metiendo ahí.
Los espacios culturales no son neutros: allí se construyen valores, se reproducen modelos sociales y se moldean identidades. Renunciar a disputar estos espacios es entregar la narrativa a quienes imponen sus prejuicios y agendas. La comunidad otaku, al ser parte del arte y la cultura, ya contiene un contexto social propio que influye y atraviesa a quienes la consumen. Por eso es vital acompañar, defender y potenciar esos espacios para que sean inclusivos y no queden relegados al margen o al control de discursos excluyentes.
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