El despecho como emoción política: más allá de la venganza

El despecho como emoción política: más allá de la venganza

Hilo El despecho como emoción política: más allá de la venganza.

El despecho es una emoción compleja que suele asociarse con el dolor de una traición o el sentimiento de haber sido dejado de lado, herido o desilusionado.

Popularmente, se la vincula con el deseo de venganza, pero esa lectura es incompleta. El despecho es un estado emocional profundo por la necesidad de elaborar una pérdida, de recomponer una identidad o buscar sentido después de una experiencia que quiebra nuestras expectativas.

Sobrellevar el despecho no implica alimentar el odio ni buscar revancha. Por el contrario, es un proceso que requiere tiempo, introspección y reelaboración simbólica. Significa permitirse el duelo, identificar lo que dolió y resignificar el vínculo o la experiencia en lo perdido.

En la política, este mismo trabajo emocional -de reelaboración simbólica- puede canalizarse a través del compromiso activo, la construcción de nuevas narrativas o la búsqueda de respuestas colectivas más que personales.

La cultura política argentina -cargada de simbolismo, lealtades intensas y rupturas dramáticas- es terreno fértil para la aparición del despecho como emoción colectiva.

En nuestra historia reciente, se observa cómo sectores enteros del electorado y de la militancia transitan episodios de profunda desilusión que, si no se elaboran, se transforman en acciones impulsivas, polarización, desorganización o apatía.

El peronismo, como movimiento profundamente emocional, ha experimentado múltiples momentos de despecho. Uno reciente se relaciona con el descontento de parte de su base electoral y social (no así, militante) tras el gobierno de Fernandez-Fernandez.

Muchos votantes, esperanzados con una agenda de justicia social, sintieron que fueron traicionados por un gobierno que no respondió a esas expectativas, especialmente en los sectores más golpeados por la pandemian, la inflación y la crisis económica.

Si bien los motivos de la falta de respuesta por parte de dicho gobierno deben ser analizados desde aristas que no competen a este hilo; los votantes desarrollaron un fuerte sentimiento de despecho.

Por lo cual, en lugar de traducirse exclusivamente en desmovilización, ese despecho se convirtió —en algunos sectores— en una búsqueda de identidad, autocrítica y resistencia cultural, incluso bajo un nuevo gobierno ideológicamente opuesto.

En este sentido, el ascenso de Javier Milei (el mono que tenemos por presidente) y su gobierno libertario también puede leerse como una reacción despechada.

El electorado, herido por lo que percibió como años de falta de respuestas, creimiento de la propaganda antiperonista y descreimiento de lo institucionalmente político, sumado a destacados hechos de corrupción e ineficiencia, votó desde un lugar de profundo resentimiento.

Pero ese gesto también es emocional: en muchísimos casos, el voto para LLA, no fue una expresión de afinidad con su ideología, sino un gesto de despecho político, de ruptura con lo anterior.

Si el despecho no se canaliza creativamente, puede volverse destructivo. Tanto en lo individual como en lo colectivo, el desafío es no quedarse atrapado en el dolor, sino transformarlo en energía de cambio. En vez de buscar castigar, construir. En lo social, siempre construir.

En vez de odiar, comprender. El despecho, así resignificado, puede ser una fuerza poderosa para repensar nuestras formas de vincularnos con la política, con los liderazgos y con los proyectos colectivos que abrazamos.

Hay que re-pensar.

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